Hace unos años, llegamos a los Estados Unidos muy emocionados y como recepción, una copiosa nevada. Lo primero que tuvimos que hacer fue ir al supermercado para comenzar nuestras compras de alimentos. Mi hijo de doce años me acompañó en esa oportunidad. Ya tenía varios productos en mi carrito cuando vi a mi hijo masticando algo. El me dijo muy feliz que comprara esos biscochitos, que eran deliciosos y me invitó con uno. Yo lo probé y me pareció un poco duro pero su sabor no era desagradable. Una vez que terminamos nos dirijimos a la caja para pagar nuestras compras y lo primero que hice fue darle la bolsita de esos biscochitos deliciosos que mi hijo ya había abierto y estaba comiendo. La muchacha me miró y preguntó si quería esos biscochitos para perros así mismo, es decir con la bolsa rasgada. Al principio, no le entendíamos lo que nos decía pero luego ella nos señaló la foto de un perrito que estaba en el frente de la bolsita. Y allí entendimos, eran biscochitos para perros. Yo miré a mi hijo y comenzamos a reir los dos, no podía responderle a la muchacha por mi risa. Luego, después de pedir disculpas, le respondí que sí, mas no podíamos parar de reirnos. Cuando salimos, nos miramos con mi pequeño hijo, yo, con un poco de vergüenza por no haber sabido algo tan importante y mi hijo calladito, sin decir una palabra. Mudos, cada cual sumidos en nuestros propios pensamientos, quedé con la firme convicción de estudiar y aprender inglés urgentemente, sobretodo para saber cómo comprar las comidas.